A pesar de que de alguna manera la palabra bonsái no me era desconocida, mi inquietud por aprenderlo nació en la Ciudad de México, por allá a fines de los años 70. Asistí a una exposición, de esas de las que hay muchas en una ciudad como el D.F., en la cual había bonsáis en exibición.
No recuerdo en donde ni de que trataba la mentada exposición, pero estoy seguro que el bonsái no era el tema de ella. Estos árboles estaban ahí como complemento a algo más.
Lo que si recuerdo es la sensación que en mi produjo eso de ver aquellos “árboles chaparritos”.
Primeramente, una sensación de curiosidad y asombro. ¿Qué tipo de árboles eran estos? ¿Pertenecían a alguna especie en particular o eran alguna mutación de los árboles “normales”? ¿Cómo era posible que pudieran “reducir” el tamaño de estos árboles? ¿Tendría algo que ver esto con aquellos que reducen cabezas en el Brasil, utilizando quizás técnicas similares a las de estos indios de las Amazonas ?¿Como lograban mantenerlos vivos en esas macetas tan curiosas?. Estas y muchas preguntas más se venían a mi mente mientras contemplaba los bonsái frente a mi.
Tampoco pude dejar de preciar la belleza de la que hacían gala estos arboles chaparritos, sobre todo aquellos “frondosos”, esos que después supe los llaman estilo “escoba”. Quizás los recuerdo tan bien porque ese tipo de árboles era los que para mi, una habitante de las zonas desérticas del norte de México, semejaban la imagen idealizada de lo que debe ser un árbol, haciendo que recordara aquellos nogales de La Laguna o aquellos “hules” del parque de Ensenada.
También recuerdo que algunos tenían frutas: una vid y un granado. Las uvas y las granadas eran pequeñas, como si a estas también les hubieran aplicado “la magia” para empequeñecerlas que les habían aplicado a los árboles de los que brotaban.
Después de la exitación inicial de ver estos bonsái, quizás lo más más agradable de mis recuerdos es aquella sensación de tranquilidad que me transmitieron estos “arboles chaparritos”. Esa tranquilidad que sentí al verlos si que la recuerdo muy bien.
Ahí me nació la idea de que esto de hacer “arboles chaparritos” era algo que se podría aprender y la ilusión de que, algún día, de alguna forma, yo podría aprender a hacerlos. Pero, para mi mala suerte, tuve que esperar algunos años más para que esto se hiciera realidad. Veintitantos años más.